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sábado, 16 de junio de 2007

Amor de Verano

El viaje en el camión no era cómodo; estabamos apretadas y nuestros cuerpos golpeaban unos contra otros. A pesar de lo incomodo del viaje, las otras once que estaban conmigo no paraban de hablar; más que hablar, todas se lamentaban de su destino; siempre expuestas a las miradas, y al manoseo; a los deseos de aquellos que pasaban a su lado, no importaba que fuesen niños, adultos, hombres o mujeres. Todos nos deseaban por la dulzura, por nuestro color bronceado y por la suavidad y brillo de nuestro color. Pero el destino siempre era el mismo- se lamentaban una y otra vez -, acabarían en una tostada, o tal vez acompañadas por su amiga la manteca; o quién sabe, terminarían siendo un ingrediente más en la preparación de algún postre. Nuestro destino estaba marcado desde hacia mucho tiempo; y el tiempo inexorable con todo, lo sería con nosotras también. Ellas querían rebelarse, pero no podían. Sin embargo, yo no pensaba en eso. Mi mente estaba en otro lado. Estaba en los recuerdos que tenía de las caricias de las abejas… Eran tan suaves, tan gentiles con nosotras que nunca hubiese querido abandonar nunca ese ambiente. Todo era tan lindo hasta que se produjo la violación. Primero fue el humo que nos encegueció a todas, luego el ensordecedor ruido de las alas de las abejas que se desesperaban por salir del lugar, y después llegaron esas toscas y rudas manos que nos encerraron en diferentes compartimentos, y ahora nos enviaban para que otros gocen con nosotras. Todo había sucedido tan rápido, que casi ni nos dimos cuenta de lo que estaba pasando. Era una pesadilla de la cual íbamos a despertar en algún momento. Nos habían puesto en grupos de a doce; pero el nuestro no era el único grupo aparentemente, ya que escuchábamos otras voces también, de otras que habían sido raptadas como nosotras. Además, había otras voces que no alcanzaba a reconocer. El murmullo que llegaba a mis oídos junto con el ruido que producía el camión que nos transportaba no dejaba distinguir de quiénes eran esas voces que escuchábamos.
A veces las sacudidas del camión nos hacían temer por nuestra integridad. Éramos frágiles, y un golpe fuerte en el camino acabaría con nosotras. Tal vez fuera mejor eso que el destino que nos esperaba, pero el chofer del camión sabía muy bien lo que estaba transportando, y lo que le sucedería si algo nos ocurriese en el trayecto. Sabía que teníamos que llegar sanas y a salvo hasta las góndolas del supermercado donde seríamos expuestas para la venta. Sí, porque nosotras éramos la MIEL, que se destinaba a la venta.

En otra parte del camión que las transportaba se encontraba quien sería su compañero y amante, solo que ninguno de los dos sabía el destino que les esperaba. No hablaban entre sí, ambos ignoraban la existencia del otro, no habían sido presentados y nunca lo serian. Eran dos desconocidos que compartían un viaje, y un mismo destino, sin conocerse .Como tantas veces había ocurrido con otros, ahora ocurría con ellos. El azar los había puesto uno al lado del otro, y la diferencia de clases que había entre ellos se elevaba como un muro que los separaba.
La conversación entre quien seria su amante y sus compañeros era bien diferente. Estaba ligada a los placeres de la vida. Habían esperado mucho tiempo para realizar este viaje. Ellos no habían sido traídos a la fuerza. Ellos habían esperado mucho tiempo encerrados en la oscuridad esperando este momento, entonces, su conversación era otra. Sabían que su destino estaría ligado a alguna celebración. Además, sabían que siempre serían escogidos por gente fina y agradable, que sabrían apreciar las virtudes de su nobleza, de su color, y de ese burbujeante espíritu que poseían. Sobre todo esto último. Ese espíritu burbujeante que desinhibía a quienes los escogían. Demostraban su virilidad doblegando a la mayoría de las mujeres en su voluntad, y a los hombres los convertían en audaces, esa era su virtud. Ellos eran el CHAMPAGNE, y como tal se comportaban.

Mientras la conversación continuaba entre ellos por un lado, y ellas por el suyo, sin importarse unos de los otros, el camión llegó a destino; y unos muchachos comenzaron a descargarlo, llevando cada una de las cajas a su destino en las góndolas de un supermercado. Expuestos para la venta, convertidos en mercadería, ligados a la oferta y la demanda, aunque fueran de clases diferentes, en esta situación no habría entre ellos diferencias sociales. Si bien algunos serían consumidos por clases de nivel adquisitivo mayor y otras por los de menor recurso, ambos acabarían sus días de igual manera, y serían digeridos sin distinción de clase.

El hombre entró resuelto al supermercado. Sabía muy bien lo que había venido a buscar. Así que no se demoró paseando entre las góndolas, sino que se dirigió directamente a la que exponía las bebidas. Cuando el CHAMPAGNE, lo miro a los ojos, supo en ese mismo instante que su destino cambiaría. En el momento en que el hombre lo tomó con delicadeza por el cuello y lo examinó, sabía que su destino estaba sellado. Con el Champagne en la mano siguió caminando hasta el final de la góndola, y giró a la izquierda. Avanzó a través de dos mas y llegó hasta la góndola donde la Miel se encontraba expuesta a las lascivas miradas de quienes pasaban por el lugar. Se dirigió resuelto hacia la Miel, y esta supo que no se había equivocado al pensar que ella no tendría el mismo destino que sus compañeras de viaje, había algo en la mirada del hombre que la había tomado en sus manos que le hacia sospechar un destino diferente.

Puso el Champagne debajo de su brazo, y con la Miel en la mano se dirigió hacia las cajas, sacó el dinero y sin intercambiar una sola palabra con la cajera, pagó su mercadería y salió a la calle. El chofer lo estaba esperando con la puerta del auto abierta, subió y con acento extranjero le indicó que lo llevara hasta su refugio. Cuando entró, abrió la puerta de la heladera, dejo la Miel y el Champagne juntos, retiró una botella de vino blanco, y se sirvió una copa. Sobre la mesa tenia un libro, lo abrió y comenzó a leerlo. Así paso las horas, leyendo y bebiendo hasta que escuchó los golpes en la puerta. Sabía quién era, así que abrió la puerta sin siquiera preguntar de quién se trataba. ¿ Para qué? Si había estado esperando toda la tarde por esos golpes… El vino y la lectura habían servido para disminuir la ansiedad que tenía desde que había salido del supermercado.

Abrió la puerta, y ahí estaba ella, hermosa como siempre, con el cabello atado en un rodete en la nuca. Esa misma nuca que ella siempre le pedía que le mordiese, ya que tanto la excitaba. Los labios carnosos estaban resaltados por el rojo intenso del lápiz labial; eran toda una tentación al beso, y no lo resistió. Aún sin entrar la abrazó y la besó profundamente. Ella también se entregó a la voluptuosidad del beso, y lo abrazó. El marco de la puerta era el marco del amor que se profesaban. La hizo pasar, y le sirvió una copa del mismo vino que estaba bebiendo él, solo que ya no era la misma botella, y sobre la mesa se podían ver los cadáveres de otras dos botellas, que junto con el libro habían peleado una dura batalla contra la ansiedad de la llegada de ella. Alzo la copa, y con un gesto brindó por ella, quien correspondió de la misma manera. Bebieron juntos, y hablaron hasta que se acabó esta botella también, entonces él se paró y se dirigió hacia la heladera, abrió la puerta y con una sonrisa cómplice le mostró el CHAMPAGNE y la MIEL

El corazón de ella se agitó al ver el interior de la heladera. Sabía que con eso una de sus fantasías sería realizada, pero a su vez sentía el temor de no saber si le gustaría o no, muchas veces había soñado con eso, y ahora que había encontrado quien cumpliría sus fantasías, sentía temor.
Se dirigió al baño, no podía demostrarle su temor, había esperado tanto al hombre de sus sueños que cumpliera sus fantasías que ahora, llegado el momento no podía demostrar su temor. Al entrar al baño y mirarse al espejo, este le devolvió la confianza que le faltaba; estaba con el hombre que amaba, ¿qué mejor que realizar las fantasías con él? Nadie era más indicado para hacerlo. Salió del baño y fue a su lado, lo abrazó y lo besó. El respondio a sus abrazos y besos con pasion y dulzura. Siguieron un rato mas prodigandose caricias y besos hasta que el se dirigió a la heladera; tomó el Champagne primero y luego la Miel; los dejó sobre la mesa, y fue a buscar dos copas. Tomó la Miel, y el Champagne de la mesa, y con las copas en la otra mano, se dirigió hacia la puerta, desde donde le hizo una seña cómplice para que lo siguiera, a lo que ella rápidamente aceptó.

Iban caminado por la calle hacia la playa. Él la llevaba abrazada, y con la base de las copas jugaba con sus pezones. Le gustaba ver cómo a la más mínima caricia estos se ponían duros. Jugaba con sus pezones, y la besaba. En la otra mano llevaba el Champagne y la Miel, quienes se miraban uno al otro sin comprender qué sucedía; la Miel escuchaba el ruido que producían las olas al romper contra la playa, era la primera vez que escuchaba ese sonido, y no sabia distinguir de qué se trataba; parecía el murmullo de muchas personas, pero no era eso, ya que en las góndolas estaba acostumbrada a escuchar las voces mezcladas de muchas personas. Era algo más gutural; se asemejaba a los sonidos que recordaba del panal, cuando al atardecer llegaban las abejas, y producían ese ruido tan fuerte con el batir de sus alas. Por su mente pasó la imagen de la reina, tan majestuosa, con sus zánganos haciéndole el amor, esa corte de inútiles que lo único que hacían era dedicarse a la reina, la atendían, la mimaban, la poseían. Las noches de lujuria que había visto en ese panal, y el recuerdo de ellas ahora la excitaba; sentía la mano caliente de él, los dedos que la atenazaban, el balanceo que producía con sus brazos al caminar la mareaba un poco, era como una embriaguez que la invadía, era sentirse embriagada en los brazos de su amante, ahora comprendía los sentimientos de la reina, cuando era poseída por todos esos zánganos. Ella también hubiera querido ser poseída de la misma manera, tener una corte de hombres para ella sola, que le hicieran el amor.

Sentía que en cualquier momento iba a explotar, que toda la efervescencia contenida en su interior iba a estallar; no se podía contener, observaba a su alrededor, y no podía ver nada. La oscuridad de esa calle no le permitía percibir en qué sitio se hallaba. Sólo un murmullo llegaba hasta sus oídos, que a medida que pasaba el tiempo se hacia más intenso. Todo dentro de él se agitaba. El balanceo lo estaba poniendo cada vez peor, y para colmo a su lado iba esa que había visto antes en el camión. Luego habían salido juntos del Supermercado, y después dentro de ese lugar tan frío, donde habían estado, no se cruzaron ninguna palabra. Él había tenido tiempo de observarla bien, a pesar de que no era de su misma condición ni clase. Era bonita, tenía un color en la piel que le gustaba, estaba tostada por el sol, tenía la piel fina y suave. Su aspecto era muy natural, comparado con el suyo donde todo era artificial, desde su vestimenta, hasta su interior. En cambio, ella, con esa naturalidad y ese color de piel, lo excitaba. Pero no podía permitirse el lujo de tener una aventura con alguien que era inferior a su clase, a pesar de que dentro de ese cuarto frío y oscuro nadie vería qué sucedería, y ninguno sabría de su aventura con una campesina. Pero prefirió dejarla pasar, ya tendría oportunidad de estar en una mesa con gente de su misma clase. Tal vez se encontrase con alguna ostra, y tuviera un fugaz romance. Le habían dicho que éstas solían frecuentar los mismos lugares que ellos y que eran bastante voluptuosas y sensuales. Ni punto de comparación con esta campesina, que sólo tenía la piel suave y un buen color bronceado.

Mientras caminaban por la calle hacia la playa, él continuaba jugando con las copas en los pezones de ella. No sentían ninguna inhibición ante las personas que estaban en la calle y los miraban, sabían que ellos también en algún momento habían hecho lo que ellos irían a hacer ahora, esa playa era el mudo testigo de actos de amor a diario, y ahora sería también testigo de las fantasías de ella. Al llegar a la playa ambos se quitaron sus zapatillas, y las dejaron a un costado. La arena aun se conservaba caliente, y podían sentirla bajo sus pies. Al final de la playa había unas rocas, donde la iluminación era escasa, y hacia allí se dirigieron. Ella se apoyó contra las rocas, y él apoyó su cuerpo contra el de ella. Se besaron largamente. Dejó apoyadas en una roca el Champagne, la Miel y las dos copas, y ahora con las manos libres empezó a acariciar el cuerpo de ella, que a cada caricia se estremecía. De a poco comenzó desabotonar la camisa blanca y larga que era la única prenda que ella vestía. Dejó sus pechos al descubierto; la piel muy blanca, iluminada tenuemente por la luna; los pezones rosados estaban duros, como a él le gustaban. Descendió suavemente con la lengua por el cuello hasta los pezones, y comenzó a moverla alrededor de ellos en círculos, mientras con una mano acariciaba sus muslos; los dedos de la otra acariciaban el otro pezón, lo tenia tomado entre los dedos índice y pulgar, y los movía como si fuera que estaba dando cuerda a un reloj antiguo, con suavidad y energía al mismo tiempo. La mano se fue deslizando suavemente por las piernas de ella , y luego tantenando por la roca hasta que penetró en la Miel, quien por primera vez, no era desvirginada por un cuchillo o una cuchara como ocurría siempre, sino por dos dedos que la penetraban lentamente. El toque sensual de esos dedos le hacían sentir el goce de la penetración. Se sentía tan mujer como la que estaba siendo besada delante de ella; pero no sentía celos de esa mujer, al contrario, sentía que las dos estaban siendo amadas y que ella también quería amar a esa mujer, quería sentir el calor del cuerpo de ella.
Cuando los dedos de él comenzaron a untar el cuerpo de ella, sintió que los tres se amaban. Ella besaba los pechos de la mujer mientras él la penetraba con los dedos. Placer y voluptuosidad se mezclaban en un solo acto. Sintió los labios de ella, tan suaves y carnosos, mientras se besaban mutuamente. Estaba gozando, como nunca había pensado que lo haría. Era un gozo intenso lleno de placer; acariciaba todo el cuerpo de esa mujer y gozaba junto con ella; podía sentir cómo se mezclaban sus jugos con los de ella. Los dedos que la penetraban a ella, ahora también penetraban la vagina de la mujer. Los gritos de placer de las dos se confundían en uno solo. Estaba en un gozo intenso, cuando sintió que ahora era él quien la besaba; sentía cómo pasaba suavemente la lengua por su cuerpo y por la vagina de ella. La besaba, mientras besaba el clítoris de ella. Todos participaban de esa orgía, donde sexualmente se mezclaban los jugos de la mujer, la saliva de él; y ella en medio de los dos, ahora sabía cómo se sentía la abeja reina. Ella misma se sentía una reina dentro de ese panal, cuando un frío recorrió su cuerpo; ahora eran miles que la abrazaban y besaban. Su cuerpo estaba lleno de burbujas que la poseían, la envolvían, la besaban y la acariciaban. Estaba tan ensimismada en su goce que no vio cuando él tomó el Champagne, y lo esparció por el cuerpo de la mujer. Recorría el cuerpo desnudo, iluminado por la luna. La piel era suave, pero la pendiente era muy empinada, tenia muy poco de donde agarrarse, para no terminar estrellado contra la arena. En su vertiginoso descenso vio que quien había sido su compañera de viaje, estaba también ahí, desnuda. A la luz de la luna su piel brillaba aún más. Su color ahora se apreciaba más dorado; estaba hermosa bajo esa luz; era irresistible, ya no la veía como a una campesina, ahora la veía voluptuosa y sensual, excitante; había en su brillo algo que le decía que debía amarla en ese instante, y no lo pensó más. La abrazó, la besó y la penetró en su caída. Era excitante saber que no estaba solo en esa actitud, podía ver cómo era penetrada ella y la mujer que tenia una relación lésbica con ella, a la que él también penetraría. Estaban en pleno éxtasis bajo la luz de la luna y con el murmullo del mar como música de fondo, sintiendo un verdadero placer donde se perdían los límites de cada uno. No había clases ni prejuicios; todos amaban a todos y todos eran a su vez amados. No supo exactamente cuánto tiempo había durado todo; sólo comprendió que había terminado cuando el sol comenzó a quemarlo. Sintió que se evaporaba, que se le iba la vida; pero no lo lamentaba, había disfrutado del placer de poseer a esa campesina.¨

FIN

Alberto OTERO
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