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martes, 4 de noviembre de 2008

Terezinha

(Sobre una canción de Chico Buarque)

El Barón se encontraba caminando por la ciudad, con su típico traje blanco y la fusta en la mano, saludaba a los pocos transeúntes que encontraba a su paso; al llegar a la iglesia Del Carmen doblo hacia la izquierda y tomo por el Pasaje de la Cirrosis, llamado así por la cantidad de bares que había en ese pasaje de tan solo una cuadra de largo pero que albergaba casi todos los botecos de la ciudad; el pasaje era colorido como pocos, la fauna ebria deambulaba tranquilamente de bar en bar, en la esquina se encontraba el bar de Caique que era el lugar a donde el Barón se dirigía. En ese bar por las tardes temprano se sentaban las putas a la espera de algún cliente, pero él no iba a buscar placer ni carne esa tarde; le gustaba sentarse en ese bar a beber y observar las actitudes de las mujeres y hombres que ocupaban las mesas. Desde ese lugar veía como las damas que salían de la iglesia eran victimas del escarnio tanto de los borrachos como de las putas.

La mujer se acerco a la mesa y se sentó, sin siquiera reparar en el Barón comenzó a habar sola, producto del alcohol, “El primero llego como quien viene del florista, trajo un muñeco de peluche, trajo un broche de amatista, me contó de sus viajes y las ventajas que él tenia, me mostró su reloj, me llamaba de reina, me encontró tan desarmada que toco mi corazón, pero no me negaba nada y asustada yo dije que no.”

El mozo del bar se dio cuenta que la mujer estaba sentada en la mesa del Barón, corrió a sacarla, pero cuando iba a tomarla del brazo la fusta lo detuvo. Miro extrañado al Barón que le pidió que trajera una botella de vino blanco y dos copas. La mujer ni reparó en el mozo que se había acercado a la mesa, ni siquiera reparo en él cuando pidió la bebida, solo lo miro a los ojos y continuo diciendo: “El segundo me llegó como quien llega del bar, trajo un litro de aguardiente, tan amarga de tragar; indago en mi pasado, olfateo mi comida, reviso mis cajones y me llamaba de perdida. Me encontró tan desarmada que desgarro mi corazón, pero no me entregaba nada y asustada, dije que no.”

El Barón sirvió el vino en las copas de cristal que el mismo había dejado en ese bar para su uso exclusivo. La mujer levanto la copa y bebió el contenido de un solo trago sin respirar. Esto no asombro al Barón que ya estaba acostumbrado a este tipo de actitudes, sabia perfectamente que el refinamiento no había pasado ni de visita por esa calle. Además no quería interrumpir a la mujer que luego de beber un sorbo de la segunda copa comenzó a decir: “El tercero me llego como quien llega de la nada; no me trajo nada también nada pregunto, mal sé como él se llama; pero entiendo lo que él quiere, se acostó en mi cama y me llama de mujer, fue llegando silencioso y antes que dijese no, se instalo como un compañero dentro de mi corazón”.

Termino de beber el vino que había en su copa y cuando miro al hombre que tenia sentada frente a ella reconoció al Barón, el temor se apodero de su cuerpo que empezó a temblar sin poder controlarlo. Enseguida él noto su turbación y puso una mano sobre la de ella para calmarla, ya que se reconoció en los tres hombres que habían pasado por la infame vida de esa mujer. Los años prostituyendo su cuerpo aun no habían prostituido el alma de la mujer.

El Barón se levanto de su silla y dejo unos billetes sobre la mesa; durante todo el trayecto hasta su casa viajaron en silencio.¨

Una leona en escena

El Vizconde Federico llego a los campos de su amigo por la tarde y se sentaron a beber bajo la 'gloriette', vino tinto como siempre para el Vizconde y blanco para el Barón, que la negra Milagros se encargaba de servir. Sabia que su amigo traía alguna noticia importante por la excitación que demostraba, tanto al hablar como por sus movimientos. Fue así que no demoro mucho en contarle que una nueva ‘casa’ se había abierto en la ciudad, aprovechando la decadencia de la ‘casa de Margot’ un español que hacia poco se había instalado en la ciudad abrió un nuevo prostibulo, “Las Sirenas” se llamaba esta nueva casa y como era costumbre de ambos, irían a visitar el lugar; Doña Marta había ido de visita a casa de sus padres, por lo que el Vizconde tenia disponible toda la noche. La negra Milagros les sirvió la cena en la misma mesa que estaban bebiendo y luego de cenar fue el negro Kalhum el que se encargo de llevarlos hasta la nueva ‘casa’.

El español no había reparado en gastos a la hora de montar la casa ubicada al final de la calle que llevaba al puerto y de frente a este. Un colorido cartel sobre el frente con una sirena enroscando con su cola a un hombre vestido con el típico traje blanco y la gorra de los marinos, tenia pintado en letras de oro el nombre de “Las Sirenas” que dos candiles iluminaban. Por dentro la decoración era tan recargada como el cartel de la entrada, las mesas estaban dispuestas de manera tal que desde cualquiera de ella podía verse el pequeño escenario. A pedido del Vizconde se sentaron en una mesa cerca del escenario, no quería perderse ningún detalle de lo que sucedería sobre ese pequeño tablado que apenas se levantaba unos pocos centímetros del suelo. La voz meliflua de una mujer pegunto por detrás del Barón que iban a beber, como era costumbre pidió una botella de J&B para él y una de champagne para su amigo que se frotaba las manos y demostraba estar mas contento que nunca. La posibilidad de magrear nueva carne lo tenia muy excitado y se le notaba, según había escuchado todas las pupilas de la casa eran nuevas, carne fresca traída de Europa y África por el español. Cuando la vista del Barón se fue acomodando a esa semipenumbra que había en local, fue viendo caras conocidas en las otras mesas y saludando a ellos con apenas una leve inclinación de su cabeza. En toda la comarca el Barón era un hombre respetado y temido, todos sabían que su amable carácter podía rápidamente tornarse en un huracán y nadie osaba desafiarlo. El dueño del lugar se acerco a la mesa con la botella de J&B, el champagne y las copas; le agradeció al Barón que honrase la casa con su presencia y le prometió que para él tenia reservada a la mejor. Y así fue.

Una leona de uñas negras e iris color de miel, una mujer, una belleza que frotando la piel de oro marrón de su cuerpo contra el del Barón se sentó a su lado y le dijo que el mal es bien y el bien es cruel. Mientras que los cabellos de esa diosa se agitaban con el viento ateo, le fue contando sin certeza todo lo que vivió. Que le gustaba la política y 1966 y que hoy bailaba en un frenético dancing day, también le contó que fue actriz y trabajo en el Rex.

Con algunos hombres fue feliz, con otros fue mujer, que tenia mucho odio en el corazón; que dio mucho amor, desperdigo mucho placer y mucho dolor. Al mismo tiempo ella decía que todo iba a cambiar, que iba a ser lo que siempre quiso ser. Inventando un lugar donde la gente y la naturaleza feliz vivan en comunión y donde la leona tenga algo mas que un león.

Las garras de esta felina le marcaron el corazón.

El Barón adoraba escuchar las historias de las prostitutas, pero esta tenia algo especial al contar la suya que la hacia diferente a todo lo que había escuchado antes, tan absorto había estado con la historia que ni presto atención al espectáculo que se desarrollaba en el escenario a pocos centímetros de él. La leona se puso de pie y le dijo que debía ir a prepararse para su show, que éste, en especial se lo dedicaría a él. Las garras de la felina seguían hundiéndose en su corazón. Mientras ella caminaba hacia atrás del escenario el Barón miro a su amigo que tenia una negra sentada sobre su falda, con una mano acariciaba su culo y con la otra le magreaba una teta mientras la solicita putita daba de beber al Vizconde en la boca.

Los sirvientes comenzaron a apagar las luces del local y dos negros con el torso descubierto y llevando una antorcha en cada mano precedían a la leona que con paso altivo subió los escalones hasta llegar al centro. Su ojos color miel brillaban a la luz de las antorchas, llevaba puesto un corsé negro muy ajustado que marcaba aun mucho mas su figura y hacia resaltar sus grandes tetas, una capa de piel de leopardo colgaba de sus hombros y se arrastraba por el suelo, las botas de negro charol y tacos aguja de mas de veinte centímetros brillaban con las luces, en su mano tenia un látigo negro de cuero trenzado que terminaba en una punta muy fina.

Hizo restallar el látigo en el aire y la tambarria comenzó, los negros tocaban los tambores y ella movía su cuerpo en una danza sensual que acompañaba el ritmo que los tambores imponían. Lentamente dejo caer su capa quedando al descubierto un hermoso cuerpo en todo su esplendor, las piernas largas terminaban en una cadera ancha y seguían a una cintura fina. Su danza felina tenia eclipsado al Barón que no perdía un solo detalle de lo que sucedía sobre el escenario, ni del cuerpo de esta mujer.

La leona continuo su danza felina hasta llegar a la mesa del Barón y se subió a ella, era imponente la visión que ofrecía de su cuerpo, se movía y contoneaba delante de él, sus movimientos eran tan suaves que el liquido que había en las copas ni se movía, lentamente fue girando hasta quedar de espaldas al Barón, quien con un simple movimiento desato el nudo que ajustaba el corsé a su espalda; volvió a girar y esta vez de frente a él se lo quito para ofrecerle la magnifica visión de sus tetas solo al hombre que tenia enfrente. No se escuchaba un solo murmullo en todo el local, los parroquianos estaban atentos a la danza y a las reacciones del Barón, sabían que la mujer estaba danzando para él y nadie se atrevía a interrumpir, ni siquiera su amigo el Vizconde lo hacia.

Los tambores comenzaron a sonar con mas fuerza, el ruido era casi ensordecedor, entonces la mujer se enderezo y salió caminando hacia el escenario; se dio vuelta por ultima vez para mirar a toda la concurrencia y se retiro. El Barón termino de beber su whisky y apuro a su amigo a que termine su champagne y despida a la negra que todavía seguía sentada sobre su falda; ambos se levantaron y se fueron del lugar.

Al subir a su coche para regresar a su casa no se sorprendió al ver a la leona sentada en él.¨

La nieta de Don Máximo

Al otro día el Barón decidió no hacer la siesta y ordeno que ensillaran su caballo, esa era la peor hora del día para andar por las plantaciones, pero el iría directo al río sin detenerse por el camino. Salió de la casa al trote con el caballo levantando el polvo reseco en esta época del año, las lluvias aun no habían llegado y el calor era mas bochornoso que de costumbre, por eso eligió ir por el camino lindero a los campos de Don Máximo donde los guanábanos lo protegerían del intenso sol de la tarde, con su hermosa copa, el tronco recto de corteza lisa y color gris oscuro elevándose por encima de los seis metros; con hojas lanceoladas, lustrosas, de color verde intenso por encima y blanquecinas por el envés. Podía sentir ya el aroma que venia del río y se mezclaba con olor dulzón de los frutos del guanábano que se encontraban desperdigados por el suelo. A pocos metros del río muy cerca de la orilla vio un caballo ensillado y atado a un tronco que estaba caído en el suelo, detuvo su cabalgadura y observando con atención no pudo ver a nadie, tampoco pudo reconocer el caballo; bajo del suyo y atándolo a un árbol se acerco a pie hasta la orilla del río caminado muy lentamente y con paso liviano para poder sorprender al que estaba dentro de sus tierras. Vio en la arena pisadas de pies pequeños que iban hacia el río e inmediatamente supo que eran de mujer, su vasta experiencia en desflorar negras a orilla de ese río así lo indicaba. Pero le llamo la atención el caballo, ya que ninguna de sus esclavas montaba a caballo y menos aun con una montura de lujo como la que llevaba ese animal. Se acerco lentamente y observo junto al animal unas ropas finas de mujer, una larga enagua de encaje blanco se destacaba sobre las ropas, con la fusta lo alzo y acerco a su nariz, lo olfateo, “Romance de Polo” el inconfundible perfume que usaba la nieta de Don Máximo. Camino un poco más hacia la orilla y vio la cabeza de la mujer sobresalir del agua, el pelo castaño totalmente mojado caía sobre sus hombros desnudos cada vez que sumergía su cuerpo y luego emergía, cundo se puso de pie una espalda de piel muy blanca quedo al descubierto para los ojos del Barón que rápidamente se oculto tras unos arbustos y vio que la mujer se daba vuelta y caminaba hacia él, dos hermosas y grandes tetas coronadas con pezones rozados emergieron del agua, la mujer se paso las manos por ellas demoradamente para quitarse el agua y este gesto le pareció al Barón más una caricia, que el simple acto que quitarse el agua del cuerpo, a medida que avanzaba hacia la orilla su cuerpo iba quedando expuesto a la mirada furtiva del Barón que estaba inmóvil tras los arbustos, un triangulo de pelo castaño en su pubis contrastaba contra el blanco de su piel, parecía una estatua de mármol saliendo del agua.

Cuando se agacho a tomar su ropa, el Barón salió de detrás de los arbustos, la mujer sorprendida dio un grito y se tapo los senos con la enagua de encaje. Poco a poco se fue acercando mientras ella seguía turbada por la aparición repentina, la punta de la fusta se apoyo en la tela y con suma habilidad la desprendió de las manos de la mujer que instintivamente tapo su pubis con las manos. Pero no era el pubis motivo de atención del Barón sino esas hermosas tetas de pezones duros y aureolas rosadas que habían quedado expuestas a su lasciva mirada, y cuando ella la percibió, subió una mano en un vano intento por cubrirse los senos. Su cuerpo húmedo estaba comenzando a temblar, quería hablar pero estaba paralizaba, la mano del hombre se movió rápido y la sujeto firmemente por el cabello mientras apoyaba sus labios en los de ella. La beso muy suavemente casi se diría que con ternura, mientras con la fusta le iba recorriendo el cuerpo, los años le habían dado la sensibilidad necesaria como para percibir lo que su fusta tocaba, era la prolongación de su brazo y muchas veces la había usado como la prolongación de su pene. Cuando el Barón aflojo la presión en los labios de la mujer, un balbuceo broto de su boca, pero inmediatamente la fusta sobre sus nalgas le hizo comprender que debía quedarse callada. El golpe fue seco y certero, sin dejar marcas en la carne blanca de Maria de la Mercedes pero suficiente como para hacerle saber quien era el que dominaba y quien era la dominada.

Lentamente la mano que sujetaba el cabello fue aflojando la presión y comenzó a descender por la espalda de ella, siguió el camino de la columna hasta llegar a sus nalgas y volvió a subir lentamente mientras su cabeza se inclinaba y apoyaba los labios en los pezones, cuando su mano estuvo a mitad de la espalda apretó fuerte hundiendo más aun su cabeza entre esos hermosos pechos y mordiendo suavemente la punta de los pezones. Ella se estremeció cuando sintió que le mordía los pezones, fue como una pequeña corriente eléctrica recorriendo su cuerpo, hacia años que no sentía esa sensación en el cuerpo y se sorprendió de lo agradable que era volver a sentirla. El roce de la fusta por la parte interna de sus muslos le hizo escapar un gemido involuntario, al llegar a su vagina; su cuerpo estaba entregado al Barón pero su mente aun se resistía. Sintió como nuevamente la tomaba de los cabellos y tiraba de ellos hacia abajo, supo enseguida que era lo que él quería y dejo caer su cuerpo hasta quedar de rodillas frente él, llevo sus manos hasta el ancho cinturón del pantalón y lo desabrocho; seguidamente hizo lo mismo con los botones del pantalón y el pene del Barón quedo frente a su boca, no hizo falta que dijera nada, ella comenzó lentamente a besarlo y a pasar su lengua alrededor del pene. El Barón acompañaba los movimientos de la cabeza con su mano mientras que la fusta seguía dando suaves golpes en sus nalgas, poco a poco fue aprendiendo el lenguaje de la fusta, su lengua y su boca seguían el ritmo que esta imponía; que no era otro que el ritmo que al Barón le gustaba. La mano que estaba acariciando su cabeza, ahora la sujetaba por el pelo y suavemente la guió hasta que ella quedo acostada de espaldas en la arena y el se arrodillo a su lado. Maria de las Mercedes estaba inmóvil acostada en la arena, una mezcla de placer y miedo se había apoderado de ella. Vio como el Barón extrajo un pañuelo de seda del bolsillo de su pantalón y le vendo los ojos con este. A partir de ese instante, no pudo ver nada mas; solo sintió el suave cuero de la fusta que rozaba sus mejillas y se detenía en su nariz; percibió un aroma indescriptible y único. Jamás antes en su vida había sentido un aroma así, no era solo el olor del cuero el que había impregnado en ella; era una mezcla de olores que todos juntos hacían inconfundible a esa fusta.

Luego sintió como la fusta acariciaba su cuello y pasaba rodeando sus senos hacia su vientre, sus manos instintivamente fueron hasta su pubis para cubrirlo, pero el suave chicotazo en el dorso de su mano, le hizo comprender que era mejor dejar las manos a un costado de su cuerpo. Siguió la fusta bajando por su vientre y luego el pubis; al llegar a los muslos recibió un suave golpe en cada uno e instintivamente abrió las piernas dejando espacio para que la fusta se apoye sobre los labios de su vagina. De pie entre las piernas de la nieta de Don Máximo el Barón comenzó a dar rítmicamente suaves golpes con su fusta en los labios de la vagina, a medida que aumentaba el ritmo del suave golpeteo, podía ver como Maria de las Mercedes aumentaba el ritmo de su respiración y sus manos instintivamente fueron hasta los pezones de sus voluminosos pechos y comenzaron a apretar sus pezones.

La visión de ese espléndido cuerpo acostado en la arena fue excitando al Barón hasta que con su pene erguido se arrodillo en la arena con el cuerpo de la mujer entre sus piernas y apoyo su pene entre los pechos de esta. Con ambas manos tomo sus pechos dejando su pene entre medio de estos y era él quien ahora comenzó a apretar los pezones de la mujer. Hacia rato que no se masturbaba en medio de tan espléndidas tetas y no desaprovecho la oportunidad; comenzó a moverse hacia atrás y hacia delante mientras con las manos hacia presión sobre los pechos para apretar su pene entre medio de estos, a medida que aumentaba el ritmo su pene se acercaba cada vez mas a la boca de ella, quien a pesar de tener sus ojos vendados podía sentir lo que estaba pasando. Cuando el pene se acercaba a su boca ella sacaba la lengua y lo lamía, entonces el Barón soltó los pechos de la mujer y le agarro la cabeza obligándola a meterlo dentro de su boca. Entonces fue ella la que agarro sus tetas con las manos apretando el pene del Barón masturbándolo con sus tetas y su boca mientras sentía la presión que él ejercía con las manos en su cabeza, sus testículos duros rozando su cuerpo le hicieron saber que pronto el semen de él inundaría su boca y así fue, primero una gran oleada que tragó por completo, luego pequeñas gotas que fue lamiendo de la punta de su pene con la lengua.

Todavía tenía el sabor agridulce del semen del Barón en su boca, cuando dejó de sentir el peso sobre su cuerpo, en ese momento el silencio era sólo interrumpido por el canto de los pájaros y el murmullo del río, desconcertada por tanto silencio que llevó las manos hasta su rostro y se quitó la venda, dio al Barón montado en su caballo y como éste tocando levemente el ala de su sombrero la saludada y se alejaba por el camino.¨

Las fiestas de cuaresma

El Barón hizo que le sirvieran la cena en la 'gloriette' de su mansión, por las noches cuando el calor dentro de la casa era tan bochornoso, acostumbraba a cenar y esperar que una brisa aunque sea leve le permitiera disfrutar de su cena. La galería era ancha y tenia todo el largo de la mansión, estaba elevada del suelo mas de un metro, las baldosas que cubrían su piso eran de pizarra color roja. La mansión estaba pintada de blanco y las puertas en azul, parecía una típica casa mediterránea. Desde donde estaba sentado veía las luces de las fogatas en los campos y escuchaba el murmullo de los negros bailando y cantando en la 'senzala'. Siempre se pregunto que era lo que festejaban. La negra Milagros se acerco con la cena y pudo divisar una nube de polvo que se levantaba por el camino. El Barón también noto la nube de polvo, luego poco a poco empezó a escuchar el ruido de un motor y cuando el coche encaro la alameda que desembocaba en la entrada de la casa, pudo distinguir de quien se trataba.

Margot descendió del auto y se dirigió al Barón con el chofer ayudándole a subir las escaleras, cuando estuvo cerca del Barón extendió su mano para que este la besase, quien de buena gana la hubiera escupido. El tiempo había sido muy cruel con Margot, el sacrificio había dejado huellas imborrables en su cuerpo y en su alma. Había comenzado como prostituta en esa ciudad y poco tiempo después unos de los terratenientes de la zona se enamoro de ella y le puso una 'garçoniere' en pleno centro y cuando el terrateniente perdió el amor y las tierras a ella no le quedo mas remedio que convertir la casa en un 'bordel'.

Así comenzó su vida de proxeneta, de todo había en "la casa de santos ejercicios espirituales" como eufemísticamente le gustaba llamarla, refugiadas europeas de la guerra, negras esclavas compradas por la misma Margot, indias que dejaban sus tribus y eran traídas por los garimpeiros. Había para todos los gustos de los clientes, excepto para el hijo de puta que tenia sentada frente a ella y no dejaba de importunarla con su mirada. No era la primera vez que le devolvía una 'pupila' hecha un guiñapo sanguinolento, pero esta vez el Barón había pasado todos los limites, la 'mercadería' era buena y joven, tenia mucho jugo para sacar de ella todavía, tenia muchos años para resarcir su inversión y este animal con su fusta había echado por tierra sus planes para la putita. ¡No iba a quedar así esto!.

“Disculpe que lo interrumpa en su cena Barón” - Dijo Margot haciendo inflexión en la ultima palabra.

El hombre rió para sus adentros, y sirvió una copa de vino a su interlocutora. Sabia muy bien que la vieja proxeneta iba a hacerse la ofendida, incluso ya sabia las palabras que iba a usar para sacarle el máximo de dinero por esa putita. No faltarían las palabras como inversión y ganancia, y mucho menos lo que siempre le decía “no sabe cuanto me cuesta satisfacer sus deseos”. El sonido del oropel tintineando en las manos de Margot mientras gesticulaba y le daba las razones por la que debería pagar un buen precio por la putita, estaba molestando al Barón, quien de buena gana la hubiera emprendido a fustazos contra la vieja, pero se contuvo.

Metió su mano en el bolsillo y saco un fajo de billetes que extendió hacia Margot, quien lo guardo en su cartera sin contarlo, sabia que al Barón el dinero ni le importaba y siempre era generoso en el pago. Cuando se levanto de la mesa para retirarse Margot le pregunto al Barón:

“¿Lo veré en la celebración de la Cuaresma? ¡Es el obispo quien va a oficiar las misas!.”

“Ahí estaré”. Respondió el Barón secamente. Y siguió con su cena.

Por la mañana se levanto temprano y mientras el negro Kalhum lo afeitaba, la negra Milagros estaba preparando el desayuno. Había dado la orden de que la negrada podía asistir a las fiestas de Cuaresma que se realizaban en la ciudad. Desde la ventana vio como los negros caminaban por los senderos de la plantación hacia la ciudad. Vio a la negra Jurema que llevaba a su hijo para ser bautizado. Demoro un poco la vista en la negra cargando a su hijo en brazos.

Kalhum termino de afeitarlo y el Barón lo aparto con su brazo. Al negro cada día le temblaban mas las manos, pero se cuidaba bien de no cortarlo al Barón, sabia que por cada corte recibiría diez azotes, aunque últimamente el Barón no lo azotaba; era peor sentir esa fría mirada que todos los azotes del mundo. La negra Milagros trajo el café y sirvió una taza para el Barón, estaba bien cargado, sabia que había estado bebiendo hasta la madrugada vio las botellas de whisky tiradas en la glorieta, la resaca debía ser grande por eso le hizo un café bien cargado. Mientras el Barón tomaba su desayuno Kalhum preparo el coche para llevarlo hasta la ciudad y se estaciono esperando la salida del amo. Sentado en el pescante del coche bajo el rayo del sol esperaba pacientemente, con un cigarro de hoja en su boca. El Barón salió a la puerta de su casa acompañado de la vieja Milagros quien le abrió la puerta del coche para que él subiera. Se sentó cómodamente, el negro azuzo los caballos y se pusieron en marcha a un trote lento bajo el sol que caía con fuerza sobre el camino de tierra.

A medida que se acercaba a la ciudad desde otros coches saludaban al Barón con reverencia desmedida en algunos casos. Llegaron a la plaza central de la ciudad y antes de dirigirse a la Catedral donde el Obispo oficiaría la misa paso por el bar de André, un portugués que todavía conservaba el acento de su tierra y que corrió solicito a acomodar la silla del Barón en la mesa de sus amigos. Saludo a todos ellos y con especial efusividad al Vizconde Federico su amigo de siempre. El hombre que conocía todo sobre el Barón y lo acompañaba en muchas de sus correrías y trapisondas. En la mesa estaban también otros terratenientes y coroneles de la zona y uno nuevo, un italiano que había venido a estas tierras acompañado de su nieta. El hombre fue presentado al Barón y este lo saludo amistosamente, en su propia lengua ya que a su paso por Italia el Barón había aprendido a hablar la lengua del Dante y no la había olvidado con los años. Su nieta no se encontraba en ese momento en el bar, no era lugar para las damas de la sociedad, ella se encontraba en la casa de Doña Marta, esposa del Vizconde Federico y lugar preferido por todas las damas de la ciudad y donde nunca pasaba desapercibido el chismorreo habitual que llenaba sus vidas. Así fue como la nieta de Don Máximo se entero que el Barón vendría la misa de Cuaresma. Cada vez que el Barón pisaba la ciudad era objeto de los chismes, que compartían junto al té con masas caseras que nunca faltaban en la casa de la esposa del Vizconde . Los chismes eran de todo tipo, desde las noches de juerga y alcohol hasta el ultimo que corría por la ciudad y era que la negra Jurema iba a traer al hijo bastardo del Barón a bautizar por el Obispo. Mil historias se tejían sobre este hombre en la ciudad desde que había llegado hacia tantos años desde Buenos Aires, lugar donde había nacido y que había abandonado por el despecho de una mujer.

El Barón saco su reloj de cadena del bolsillo del chaleco y leyó la inscripción 'vulnerant omnes, ultima necat', miro la hora y apuro la copa de un trago; e invito a los presentes a ir caminado despacio hacia la catedral. Cuando salieron del bar se toparon con el gentío que caminaba hacia la catedral, la negrada por una vereda y los señores por la otra. Las mujeres con sus largas faldas y las sombrillas cubriéndolas del sol, los hombres con sus sombreros saludando a su paso. Llegaron a las escaleras de la Catedral y Doña Marta y las demás damas estaban esperando a que ellos llegaron; Don Máximo se apresuro a presentarle a su nieta al Barón, quien tomo la mano de esta y la beso mirándola fijamente a los ojos. Las mejillas de Maria de las Mercedes se sonrojaron cuando delicadamente sin que los demás lo notaran deslizo su lengua entre los dedos de ella. Pero no pudo evitar el color de las mejillas y las otras mujeres lo percibieron esbozando una sonrisa de picardía entre ellas. Ya tenían suficiente motivo para chismorrear en su próxima reunión. Como era la costumbre las mujeres se acomodaron en los bancos de la derecha y los hombres en los de la izquierda y detrás de ellos la negrada de pie se amontonaba hasta cubrir toda la Catedral. Unos monaguillos aparecieron portando unos candelabros con velas que apoyaron sobre el altar, detrás de ellos el Obispo con su vestimenta adornada con finos hilos de oro se acerco al altar y comenzó la misa. “Dominus vobiscum...”

El fervor del Obispo con la misa y la vejiga del Barón no se llevaban de acuerdo, ambos no tenían la misma urgencia. De soslayo cruzo la mirada con el Vizconde quien sabia que su amigo ya no soportaba más el estar ahí parado por lo inquieta que estaba su fusta en la mano, sabia que el Barón tenia la costumbre de elegir a las damas de la sociedad que disfrutarían del placer que les proporcionaba en este tipo de eventos, pero su paciencia era muy poca. El Barón le hizo un gesto con la cabeza al Vizconde y este inmediatamente comprendió lo que su amigo quería. Cuando llego la hora en que todos los fieles iban a comulgar, el Barón salió a la calle, luego vendrían los bautismos a los negros; antes de salir de la catedral dejo un fajo de billetes en la bolsa que esgrimía frente a él un monaguillo. El sol caía a plomo sobre la vereda y estoicamente el Barón espero a que salieran sus amigos y las damas. Rumbearon a la casa del Vizconde donde el almuerzo de Cuaresma seria servido. Eran todos de conocida prosapia y no debían observar el ayuno que otros hacían, para los nobles como ellos, las puertas del cielo estaban abiertas de par en par y sus generosos bolsillos para con la Iglesia garantizaban el ingreso.

Cuando llegaron a la casa del Vizconde la mesa estaba preparada para los invitados y se sentaron todos a ella, la seña que hizo el Barón en la Catedral fue bien interpretada y la nieta de Don Máximo fue sentada a su lado; quien estaba un poco nerviosa por la situación y por los comentarios que había escuchado acerca de ese hombre que la intrigaba, además la lengua sobre sus dedos la había dejado inquieta durante la misa y su mirada la perturbaba. Ahora que lo tenia sentado a su lado el rubor de sus mejillas era constante. Sintió la mano del Barón rozarle la pierna cuando éste se acomodaba su servilleta, una sonrisa se dibujo en los labios del Barón y miro a su amigo, que estaba ocupado entreteniendo con la conversación a Don Máximo. El frío vino blanco fue servido en la copa del Barón y cuando todos tuvieron sus copas llenas este alzo la copa y dio la bienvenida a Don Máximo y su nieta, los demás comensales se sumaron al brindis del Barón. El rubor de las mejillas ahora era un rojo intenso que contrastaba contra su piel blanca, los grandes pechos se inflaban en una respiración agitada, brindo con el Barón y los demás comensales; pero el rubor que sentía no le permitía quitar la vista del plato. Así discurrió el almuerzo y cuando hubieron terminado los hombres se fueron a la sala a fumar sus habanos, tomar whisky y jugar al póquer, mientras que las damas se preparaban para asistir a la procesión.

Margot y sus pupilas también lo estaban haciendo en 'la casa de santos ejercicios espirituales' porque sus pupilas y ella misma eran devotas del Señor, no por nada en el salón principal de la casa una imagen del Sagrado Corazón, compartía el espacio con una pintura que mostraba los cuerpos desnudos de mujeres siguiendo encantadas detrás de la flauta de un fauno. Sexo, mitología y religión se daban cita en esa pared y muchas veces dentro de las habitaciones también.

El murmullo y los cánticos de la procesión se escuchaban desde la habitación donde los hombres estaban jugando a los naipes. Dejaron un momento el juego y se asomaron al balcón para ver como el Obispo encabezaba la procesión seguido de sus acólitos, de entre las damas de la sociedad se destacaba Maria de las Mercedes quien caminaba junto a Doña Marta, por su altura y por sus senos, mas atrás venia Margot y su sequito de discípulas, cuando el Barón vio pasar a la negrita que había azotado hasta el cansancio se sonrió levemente. En ese instante se acerco Don Máximo al balcón, y el Barón aprovecho para hacerle una invitación a cenar a su casa y también hizo extensiva la invitación para su nieta. La negrada estaba pasando debajo de ellos y la negra Jurema vio a su amo asomado al balcón, llevaba en sus brazos el fruto de las tardes en el río con el Barón, hoy había sido bautizado, de ahora en adelante lo llamarían por su nombre de bautismo Joao do Pira, en honor al río donde había sido concebido. Para el Barón no paso desapercibido el caminar de Jurema cargando a 'su' hijo, la negra acompañaba los cánticos con su voz y con su cuerpo, sus caderas se movían al compás de las sacras canciones. Cuando la procesión desapareció por la calle que bajaba hacia el mar los hombres entraron nuevamente a la sala y volvieron a ocupar sus puestos en la mesa de juego. El Barón no prestaba mucha atención a este por lo cual hacia rato que venia perdiendo dinero, sus pensamientos estaban ajenos al juego y fue por eso que decidió retirarse. Saludo a todos los presentes y le dio un fuerte abrazo a su amigo el Vizconde , quien lo acompaño hasta la salida de la casa, en la puerta estaba Kalhum con el carruaje esperándolo, el Barón subió y tomando el ala de su sombrero saludo al amigo. Descendieron por la calle que llegaba al mar y se dirigieron a la zona del puerto, haría una visita a Margot en su propia casa.

El Barón abrió la puerta del bordel de un puntapié como era su costumbre, la voz gruesa resonó en toda la sala. “Margooooot... ¿es que nadie va a recibirme en esta casa?”.

La vieja proxeneta tembló y corrió apresurada a donde estaba parado el Barón blandiendo su fusta. Margot tomo el sombrero, golpeo fuerte las manos y una veintena de muchachas apareció en el salón que una al lado de la otra se pararon cerca de la pared donde la imagen del Sagrado Corazón las observaba piadosamente. Lentamente se sentó en un sillón que había en la sala, encendió un habano y una a una comenzaron a desfilar las mancebas frente a él.

Cuando le toco el turno a la negrita, esta paso frente a él temblando como una hoja, el Barón no pudo contener su risa, la que venia detrás de la negrita era una joven mestiza de piel color canela, el Barón la toco con su fusta y esta se aparto de la fila quedando parada al lado de él mientras las otras seguían pasando. La ultima en pasar era una joven blanca, probablemente una europea que la guerra había depositado en la casa de Margot, el Barón toco a esta con su fusta y se levanto del sillón. Conocía perfectamente el camino hacia las habitaciones y sabia perfectamente cual era la mejor, hacia ella se encamino seguido de las dos mujeres. Abrió la puerta y dejo pasar a las mujeres, una gran cama con dosel dominaba la habitación, a cada lado había un candelabro con velas encendidas y sobre la entrada un pequeño candil daba una luz mortecina sobre el tapiz rojo de las paredes, el típico palanganero de madera de tres pies, donde estaba la palangana para lavarse, el jarro con agua, el jabón y otras cosas para el aseo personal. La decadencia de la dueña y de la casa caminaban de la mano hacia el abismo, el esplendor de otrora había dado paso a esta decadencia que se evidenciaba en cada rincón. Por eso el Barón había dejado de frecuentar el prostíbulo de Margot, no quería ver como se venia abajo esa casa que había sabido albergar a las mas famosas cortesanas, como la pequeña Ana Diómene, voluptuosa y sensual como pocas. Y ni hablar de la bella Esmeralda, la india de ojos verdes cazada por los 'mamelucos' y amancebada por la vieja Margot para servir las requisitorias del Barón. Con esos recuerdos dando vuelta en su mente se sentó en el sillón y le indico a las mujeres que se desvistan una a la otra; Rosario la mestiza apenas tendría poco mas de 20 años y Alibi la europea rondaba los 35 años pero conservaba el vigor y la plenitud de la carne. Fue la que tomo la iniciativa y fue desprendiendo los botones de la blusa de encaje blanco que llevaba la mestiza y que destacaba mas aun el color de su piel; le quito la blusa y comenzó a hacer lo propio con la larga falda que cubría desde la cintura a los pies. Cuando quedo desnuda el Barón se sorprendió al ver que tenia su vagina totalmente afeitada y que esta se destacaba sobre un monte de venus curvadamente perfecto, Alibi apoyo sus labios en la boca de Rosario y la beso demoradamente mientras sus manos la acariciaban la espalda. La mestiza temerosa fue quitándole la ropa a la otra mujer ante la atenta mirada del Barón quien desde el sillón observaba la escena, la piel blanca de Alibi fue quedando al descubierto y cuando cayo al suelo su pollera dejo frente a los ojos del Barón un hermoso culo que era acariciado por las manos de Rosario. Besos y caricias se prodigaban una a otra mientras lentamente se arrimaron a la cama y se dejaron caer sobre ella, la pequeña Rosario tenia sobre su cuerpo a la hermosa Alibi que con su boca besaba los pechos erguidos y de pezones duros de la mestiza, que empezaba a mover su cuerpo arqueándolo cada vez que la punta de la lengua rozaba los pezones. Ahora su lengua recorría el cuerpo de la mestiza hacia su pubis afeitado, los ágiles dedos de Alibi abrieron los labios de la vagina y su lengua acertó directo al clítoris haciendo escapar un gemido de la garganta de Rosario y un estremecimiento de todo su cuerpo. Arrodillada en la cama no dejaba de pasar la lengua por la vagina cuando sintió la fusta del Barón darle palmadas en las nalgas; un grito de placer escapo de su garganta y el rítmico golpeteo de la fusta continuo por sus nalgas y siguió por los muslos, estaba muy excitada y su lengua recorría la vagina de la mestiza que poco a poco fue girando el cuerpo hasta quedar con la boca en la vagina de Alibi y comenzó a prodigarle el mismo placer que la otra le esta brindando, la tenia tomada de las nalgas y sentía el suave y rítmico golpeteo de la fusta recorriendo el cuerpo de Alibi.

El Barón se subió a la cama y tomo a la blanca mujer por las caderas y apoyando su pene en la vagina lo introdujo mientras la mestiza lamía la vagina y los testículos del Barón al tiempo que sus manos apretaban los pezones de Alibi y ésta apretaba los suyos. Veía desde esa posición el pene que entraba y salía de la vagina cada vez mas húmeda y le pasaba la lengua a lo largo del recorrido que este hacia dentro de Alibi. Nunca antes había sentido tanto placer, su cuerpo se estremecía todo cada vez que la lengua de Alibi tocaba su clítoris, lo sentía tan duro que creía que iba a explotar. Y no tardo mucho en suceder una explosión dentro de su cuerpo que le hizo saber que su orgasmo estaba llegando, mientras escuchaba el jadeo cada vez mas intenso de la mujer, supo que ella estaba también por gozar y acelero el ritmo de su lengua a medida que el pene entraba y salía mas rápido de la vagina. Un largo jadeo le indico que ella también había gozado. Cuando el Barón retiro el pene de la vagina de la mujer y lo introdujo en su boca, supo que era el turno de darle placer al hombre que las había servido a las dos, su boca aprisiono el pene con los labios y su lengua comenzó a dar círculos alrededor de la cabeza y no demoro mucho en sentir una oleada de semen caliente en su boca, siguió mamándolo hasta que quedo fláccido.

Alibi se levanto de la cama, trajo la palangana y el jarro mientras que la mestiza traía los otros elementos, entre las dos mimaron e higienizaron al Barón, lo ayudaron a vestirse y antes de retirarse el hombre tiro un fajo de billetes sobre la mesa donde estaba el candelabro. Bajo las escaleras y cuando salió a la calle ya era de noche; las mortecinas luces de carburo iluminaban la ciudad. Subió al carruaje y volvió lentamente por el camino hacia sus campos.¨