Habían pasado dos años desde aquella primera vez en el río, y ahora el Barón sentado en el sofá con el vaso de whisky en la mano esperaba la llegada de la negra Jurema, recordaba esa primera vez y otras tantas que le siguieron a esa. Se le había hecho un habito ir a bañarse al río por las tardes y encontrar a Jurema lavando la ropa y la negrita ladina iba siempre en el horario que sabia que el Barón se bañaba desnudo en el río. Le había empezado a gustar esa sensación de placer-miedo a que la sometía el Barón, ya no solo era su esclava por derecho adquirido, también se había convertido en su esclava sexual. Nada sabia la negra de las cartas que se escribían entre el Barón y su amigo el Marqués donde este le contaba con fino lujo de detalles como llegar a la crueldad refinada, con placer de quien la ejecuta. ¿Que sabia Jurema de la perversión sexual del que provoca su propia excitación cometiendo actos de crueldad en otra persona? ¿Que sabia ella que era victima del sadismo del Barón?, a ella solo le gustaba. Jamás había visto en la biblioteca del Barón el libro de ese novelista austriaco Sacher-Masoch que había venido a pasar unas vacaciones a los campos del Barón y le dejo un libro autografiado y dedicado. “ La perversión sexual del que goza con verse humillado o maltratado por otra persona no tiene limites cuando se usa la fantasía”, decía el libro en su dedicatoria. Ella solo iba al río a esperar la llegada del amo. Y ahora iba a la casa del amo, la había mandado a llamar por la vieja Milagros la alcahueta del Barón, siempre tratándola mal estaba esa vieja desde que se entero de los encuentros que tenia con el Barón a orillas del río. La vieja caminaba adelante y ella le seguía los pasos, cuando la vieja abrió la puerta de la gran casona pudo ver al Barón sentado en el sofá con su inseparable fusta en la mano. Todavía tenia la marca que había dejado la fusta en su nalga. La fusta era el símbolo del temor y el Barón el símbolo del placer para Jurema. Se sometía mansamente a los dos. La vieja le dio un empujón en la espalda y la hizo trastabillar frente al Barón, con la mirada en el suelo quedo parada frente a él. - Acá estoy amo- dijo sin levantar la vista del suelo.
La voz de Jurema saco al Barón de sus pensamientos, miro a la negra y observo que dos años y un crío habían mejorado en ella la figura, las tetas que eran pequeñas cuando la tomo por primera vez en el río eran ahora dos cantaros de leche que seguían erguidos como antaño pero más voluminosos, las caderas se habían ensanchado como al Barón le gustaba, el trabajo duro en las plantaciones había fortalecido sus músculos y estilizado su figura. Todos los días cargaba su crío y salía para las plantaciones de caña junto a los otros esclavos, los favores del Barón solo eran sexuales ya que debía hacer el mismo trabajo que las otras, apenas parió su hijo fue enviada de vuelta a las plantaciones, nada le importo al Barón que el hijo que había parido era de él.
Sin siquiera abrir la boca el Barón levanto una pierna y Jurema solicita se arrodillo en el suelo y comenzó a sacarle la bota del pie, luego levanto la otra e hizo lo mismo. Quedó arrodillada entre las piernas abiertas del Barón que sentado en el sofá arqueaba la fusta entre sus manos.
Sintió el cuero de la fusta pasar por sus mejillas, su cuello y bajar entre sus senos. Los años habían dado la experiencia suficiente al Barón para que con un solo movimiento abriese el primer botón de la blusa, paso un poco hacia un lado y otro de sus senos la fusta y desabrocho el segundo botón, hurgó un poco por dentro de la blusa y con un seco golpe desabrocho el tercero de los botones que dejaron expuestas a su mirada las tetas de Jurema. Las aureolas de los pezones estaban un poco más grandes pero estos se pusieron duros apenas sintieron el roce del cuero de la fusta y los pequeños golpecitos que el Barón les daba. Cuando dejo de darle golpecitos a los pezones y descendió la fusta por su vientre hasta llegar al ombligo la negra supo que el Barón quería que se quite la falda y antes de recibir un chicotazo por su demora se saco prontamente la falda y también el viejo “culotte” robado a la Condesa que se había ido y que nunca la entendía cuando le hablaba. Quedó de pie totalmente desnuda frente al Barón que observaba extasiado la cicatriz que había dejado en la nalga aquel chicotazo del primer día. Un solo gesto de su cabeza fue suficiente para que la negra se diera vuelta y le mostrase el esplendor de su culo, no demoraron en llegar los golpecitos a las nalgas, y ella comenzó a sentir nuevamente la sensación que desde que había quedado embarazada no sentía. Hacia tanto tiempo que estaba esperando recibir esos golpecitos y esa sensación de miedo-placer que su amo le brindaba. El chasquido que producía el cuero contra sus nalgas la excitaba mucho y todo su cuerpo se estremecía con cada uno, volvían a recorrer su cuerpo nuevamente y sentía que su vagina se iba humedeciendo a medida que el Barón aumentaba el ritmo de los golpes. Con los años el Barón había aprendido la refinada técnica del placer que brinda la dominación y comenzaba a experimentar una súbita erección, no como con esa negrita que le habían traído antes, que tuvo que azotarla hasta que quedo hecho un guiñapo en el suelo; todavía recordaba los gritos de la negrita mientras la fusta caía sin piedad sobre su cuerpo. Sabia bien que 'Madame' Margot le pediría una fortuna por haber destrozado una pupila de su 'casa', pero de ninguna manera él iba a soportar que una negrita fuera tan atrevida y que sin que se lo haya ordenado, hubiera comenzado a desvestirse y lo que es peor aun, que haya apoyado una mano sobre su pene aun fláccido.
Jurema era diferente, ella sabia bien como comportarse, la cicatriz que tenia en la nalga había rendido sus frutos y no hacia nada para incomodar a su amo, aunque a veces este descargase fuertes chicotazos sobre su cuerpo por puro placer, jamás había vuelto a dejarle una cicatriz, y el ardor que sentía en su piel cuando esto sucedía le provocaba orgasmos mientras duraba.
Sin dejar de darle golpes a sus nalgas el Barón se puso de pie y ordeno a Jurema que se diera vuelta, la negra seguía con la mirada en el suelo y no hizo falta que el Barón diese otra orden, sabia bien lo que este quería. Comenzó desabrochándole el cinturón y luego los botones de su pantalón y lo ayudo a quitárselo, sin mirarlo a los ojos hizo lo mismo con los botones de su camisa blanca, mientras lo hacia pudo ver unas salpicaduras de color rojo sobre su camisa, que seguramente era de la putita que había visto salir de la casa llorando y gritando. No sentía celos de esas putitas que la vieja traía a la casa, sabia bien que para el Barón solo significaban eso unas putitas nada mas y que en muchas ocasiones no lo satisfacían. Recordaba las plegarias de los otros esclavos en la 'senzala' para que el amo quedase satisfecho con la putita porque de lo contrario la fusta del Barón caía sobre cualquiera sin motivo aparente. Pero Jurema no era una putita a pesar de los comentarios de las viejas, ella no se sentía así, ella era una esclava de su amo, una esclava total y cumplía con su rol. Además, había parido un hijo del Barón y por eso las otras le tenían envidia y se burlaban de ella cuando volvió a trabajar en las plantaciones. A ella no le importaba lo que murmuraban a sus espaldas ni lo que pensaran, solo se importaba satisfacer a su amo y sentir ese placer que le hacia estremecer el cuerpo. Y hoy estaba tan feliz de sentir la fusta en su cuerpo nuevamente, que sentía como corría por sus piernas el flujo de su vagina, la felicidad de ver nuevamente a su amo desnudo frente a ella y con su pene erecto le inundaba el corazón. Desde que había quedado embarazada él no había vuelto al río, hacia ya casi dos años que no sentía el cuero de la fusta sobre su piel, toda esa ausencia le había parecido una eternidad y ahora al lado de su amo era como si hubiera sido ayer la ultima vez que sintió su pene inundarla de semen. Todo este tiempo mirando de soslayo cuando él pasaba con su caballo por las plantaciones, toda esta pasión contenida ahora se sentía liberada y los golpes de la fusta eran caricias a su corazón.
El Barón le dio un suave golpe sobre la parte trasera de su pantorrilla y ella inmediatamente se arrodilló quedando con su boca a la altura del pene, ella puso las manos en la espalda mientras el Barón la sujetaba de los pelos y la fusta daba golpecitos en sus nalgas, le gustaba verla en esa posición de sumisión mientras ella abría la boca para recibir el pene del Barón y mamarlo con placer. Sus labios apretaban el tronco mientras la lengua daba círculos alrededor de la cabeza del pene, ella sabia del placer que le producía a su amo y se esmeraba por meter tan dentro de su boca como podía ese pene mientras era guiada por la mano del Barón que se aferraba a sus cabellos. Sabia bien que cuanto más fuerte él aferraba su mano a los cabellos, mas placer él estaba sintiendo, había aprendido a conocer las reacciones de su amo y se sorprendía de que en todo este tiempo no lo hubiera olvidado, un poco torpe al principio por la emoción ahora estaba mamando su pene como a él le gustaba. Sentía latir el pene en su boca y veía como las venas se hinchaban y pronto inundarían de semen su boca, ese era el premio que siempre le reservaba su amo y que a ella le gustaba tanto tragar hasta la ultima gota; sabia que si el Barón veía aunque sea una gota de semen escapar de su boca se la limpiaría de un fustazo. Por eso desde aquella vez se tragaba todo el semen sin dejar que escapase una sola gotita por la comisura de sus labios. Le gustaba el semen de su amo, era como llevar dentro algo de él, sentía devoción por ese hombre que de pie y sujetando sus cabellos la penetraba de esa manera y de todas las maneras que nunca hubiera imaginado que existían. Sentía respeto por ese hombre que de pie frente a ella en poco mas le inundaría la boca de semen, y sentía amor por el hombre que le había hecho un hijo en su vientre. Los golpes de la fusta iban disminuyendo en ritmo, señal que pronto sentiría su semen caliente y no se equivoco, una primera oleada de semen inundo su boca y ella trago ávida, luego unos pocos espasmos y ella ayudo apretando fuerte con los labios para extraer hasta la ultima gota. La fusta había dejado de dar golpes en sus nalgas, estaba tiesa en la mano del Barón que sujetaba fuertemente sus cabellos. El Barón echo hacia atrás la cabeza de Jurema y observo su boca; la negra sabia bien como tratar a su pene, ni una gota de semen se veía fuera de su boca; la dejo así arrodillada y al sentir que sus piernas le flaqueaban se sentó nuevamente en el sofá.¨



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