El Vizconde Federico llego a los campos de su amigo por la tarde y se sentaron a beber bajo la 'gloriette', vino tinto como siempre para el Vizconde y blanco para el Barón, que la negra Milagros se encargaba de servir. Sabia que su amigo traía alguna noticia importante por la excitación que demostraba, tanto al hablar como por sus movimientos. Fue así que no demoro mucho en contarle que una nueva ‘casa’ se había abierto en la ciudad, aprovechando la decadencia de la ‘casa de Margot’ un español que hacia poco se había instalado en la ciudad abrió un nuevo prostibulo, “Las Sirenas” se llamaba esta nueva casa y como era costumbre de ambos, irían a visitar el lugar; Doña Marta había ido de visita a casa de sus padres, por lo que el Vizconde tenia disponible toda la noche. La negra Milagros les sirvió la cena en la misma mesa que estaban bebiendo y luego de cenar fue el negro Kalhum el que se encargo de llevarlos hasta la nueva ‘casa’.
El español no había reparado en gastos a la hora de montar la casa ubicada al final de la calle que llevaba al puerto y de frente a este. Un colorido cartel sobre el frente con una sirena enroscando con su cola a un hombre vestido con el típico traje blanco y la gorra de los marinos, tenia pintado en letras de oro el nombre de “Las Sirenas” que dos candiles iluminaban. Por dentro la decoración era tan recargada como el cartel de la entrada, las mesas estaban dispuestas de manera tal que desde cualquiera de ella podía verse el pequeño escenario. A pedido del Vizconde se sentaron en una mesa cerca del escenario, no quería perderse ningún detalle de lo que sucedería sobre ese pequeño tablado que apenas se levantaba unos pocos centímetros del suelo. La voz meliflua de una mujer pegunto por detrás del Barón que iban a beber, como era costumbre pidió una botella de J&B para él y una de champagne para su amigo que se frotaba las manos y demostraba estar mas contento que nunca. La posibilidad de magrear nueva carne lo tenia muy excitado y se le notaba, según había escuchado todas las pupilas de la casa eran nuevas, carne fresca traída de Europa y África por el español. Cuando la vista del Barón se fue acomodando a esa semipenumbra que había en local, fue viendo caras conocidas en las otras mesas y saludando a ellos con apenas una leve inclinación de su cabeza. En toda la comarca el Barón era un hombre respetado y temido, todos sabían que su amable carácter podía rápidamente tornarse en un huracán y nadie osaba desafiarlo. El dueño del lugar se acerco a la mesa con la botella de J&B, el champagne y las copas; le agradeció al Barón que honrase la casa con su presencia y le prometió que para él tenia reservada a la mejor. Y así fue.
Una leona de uñas negras e iris color de miel, una mujer, una belleza que frotando la piel de oro marrón de su cuerpo contra el del Barón se sentó a su lado y le dijo que el mal es bien y el bien es cruel. Mientras que los cabellos de esa diosa se agitaban con el viento ateo, le fue contando sin certeza todo lo que vivió. Que le gustaba la política y 1966 y que hoy bailaba en un frenético dancing day, también le contó que fue actriz y trabajo en el Rex.
Con algunos hombres fue feliz, con otros fue mujer, que tenia mucho odio en el corazón; que dio mucho amor, desperdigo mucho placer y mucho dolor. Al mismo tiempo ella decía que todo iba a cambiar, que iba a ser lo que siempre quiso ser. Inventando un lugar donde la gente y la naturaleza feliz vivan en comunión y donde la leona tenga algo mas que un león.
Las garras de esta felina le marcaron el corazón.
El Barón adoraba escuchar las historias de las prostitutas, pero esta tenia algo especial al contar la suya que la hacia diferente a todo lo que había escuchado antes, tan absorto había estado con la historia que ni presto atención al espectáculo que se desarrollaba en el escenario a pocos centímetros de él. La leona se puso de pie y le dijo que debía ir a prepararse para su show, que éste, en especial se lo dedicaría a él. Las garras de la felina seguían hundiéndose en su corazón. Mientras ella caminaba hacia atrás del escenario el Barón miro a su amigo que tenia una negra sentada sobre su falda, con una mano acariciaba su culo y con la otra le magreaba una teta mientras la solicita putita daba de beber al Vizconde en la boca.
Los sirvientes comenzaron a apagar las luces del local y dos negros con el torso descubierto y llevando una antorcha en cada mano precedían a la leona que con paso altivo subió los escalones hasta llegar al centro. Su ojos color miel brillaban a la luz de las antorchas, llevaba puesto un corsé negro muy ajustado que marcaba aun mucho mas su figura y hacia resaltar sus grandes tetas, una capa de piel de leopardo colgaba de sus hombros y se arrastraba por el suelo, las botas de negro charol y tacos aguja de mas de veinte centímetros brillaban con las luces, en su mano tenia un látigo negro de cuero trenzado que terminaba en una punta muy fina.
Hizo restallar el látigo en el aire y la tambarria comenzó, los negros tocaban los tambores y ella movía su cuerpo en una danza sensual que acompañaba el ritmo que los tambores imponían. Lentamente dejo caer su capa quedando al descubierto un hermoso cuerpo en todo su esplendor, las piernas largas terminaban en una cadera ancha y seguían a una cintura fina. Su danza felina tenia eclipsado al Barón que no perdía un solo detalle de lo que sucedía sobre el escenario, ni del cuerpo de esta mujer.
La leona continuo su danza felina hasta llegar a la mesa del Barón y se subió a ella, era imponente la visión que ofrecía de su cuerpo, se movía y contoneaba delante de él, sus movimientos eran tan suaves que el liquido que había en las copas ni se movía, lentamente fue girando hasta quedar de espaldas al Barón, quien con un simple movimiento desato el nudo que ajustaba el corsé a su espalda; volvió a girar y esta vez de frente a él se lo quito para ofrecerle la magnifica visión de sus tetas solo al hombre que tenia enfrente. No se escuchaba un solo murmullo en todo el local, los parroquianos estaban atentos a la danza y a las reacciones del Barón, sabían que la mujer estaba danzando para él y nadie se atrevía a interrumpir, ni siquiera su amigo el Vizconde lo hacia.
Los tambores comenzaron a sonar con mas fuerza, el ruido era casi ensordecedor, entonces la mujer se enderezo y salió caminando hacia el escenario; se dio vuelta por ultima vez para mirar a toda la concurrencia y se retiro. El Barón termino de beber su whisky y apuro a su amigo a que termine su champagne y despida a la negra que todavía seguía sentada sobre su falda; ambos se levantaron y se fueron del lugar.
Al subir a su coche para regresar a su casa no se sorprendió al ver a la leona sentada en él.¨



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